Mouris Salloum George*
Cuando un Estado muere, no se precisa autopsia: Murió por suicidio.
El peritaje forense tiene al menos cinco siglos, pero la referencia es milenaria.
Si se trata del otomano, el romano, el ruso o el chino, el proceso y el resultado son los mismos.
Los Imperios están encadenados a la fatalidad, más que por antigüedad, por su corrupción y decadencia internas, y la descomposición de la sociedad bajo su bota y sus bayonetas.
En México hubo durante el siglo XIX dos ensayos imperiales. Murieron en su placenta.
La dictadura de Díaz si duró, pero su sino estaba marcado. La Revolución derrocó la tiranía, erosionada desde sus propias entrañas.
Pasó el corto verano posrevolucionario. Luego, los tecnócratas se gratificaron ejerciendo una Presidencia Imperial.
El populismo de derechas reprodujo puntualmente todos los vicios del absolutismo.
La tecnocracia cayó, arrastrada por su propio peso: En su arrogancia, como Los Científicos de hace un siglo, pretendió olvidar que el pueblo existe.
Sin más armas que sus votos, las aguas mansas se volcaron sobre las urnas en 2918. ¿Finito?
Dice el clásico, que las nuevas democracias suelen, en el corto plazo, asumir las formas y los usos de la aristocracia vencida. Después de un corto lapso, los demócratas pactan con los poderes que se creía desplazados.
Aristóteles advertía que la democracia tiene como riesgo, devenir anarquía; de la anarquía vuelve la dictadura. Apenas unos apuntes sobre los Idus de marzo: La primavera también es corta.